Empiezas cuando aún es de noche, te levantas de la cama, te acercas a la ventana y miras hacia el cielo para ver como está y hacia el suelo intentando determinar el grado de humedad. A partir de las conclusiones que sacas en pocos segundos pasas a la segunda fase, escoger el sitio donde ir esta mañana a soltar los perros. Coges todos los utensilios y te diriges a buscar los perros. Una vez allí en tu cabeza solo esta el pensamiento de haber como irá hoy, si el perro trabajará mejor hoy que el otro día o si el cachorro ya empezará a dar voces por el monte.

Pasan los minutos y ya estas metido en el trabajo, has visto como el perro experimentado ha hecho algún rastro bueno, el joven que lo sigue sin perderlo y tu pensando que ya tienen la liebre encamada a pocos metros. Muchas veces es así pero en otras es mas complicado de lo que parece. El rastro nocturno que deja una liebre es como un dibujo de un niño que no sabe escribir en un papel. Idas y venidas por el mismo camino, rodear un campo verde de hierba, pasar por un cultivo labrado, meterse dentro del bosque hasta cruzarlo, salir en otro camino donde seguramente se ha encontrado con otra liebre,..., en fin, infinidad de trayectos sin explicación ni entendimiento.
Hasta que llega el momento máximo, el levante, le lancée que dicen los franceses, la liebre ya corre escapándose de los que le persiguen, perros y perrero. Aquí es cuando se demuestra quien puede más, si la inteligencia de la liebre o el aguante de los perros. Es este momento cuando tu cabeza percibe una emoción que te deja satisfecho y al instante te pones a evaluar la localización y el posible camino que tomará la persecución.
Después de un buen rato detrás de ella, siempre llegan esos silencios, a veces solo por pocos minutos, que te hacen dudar de donde habrá ido, si los perros aguantaran una perdida, si lo sabrán resolver, si tengo que ir a ayudar, si me quedo quieto por si sube la liebre. Hasta que ves el primer perro que retrocede por donde ha venido y llega a tus pies intentándote decir que la cosa se ha complicado y no ha podido hacer nada más. Tu lo recompensas con una caricia y esperas a los otros perros. Una vez llegado todos te diriges al coche de vuelta a casa.
Otro pequeño viaje hacia casa analizando el trabajo hecho por tus fieles compañeros de campo, donde vuelves a sacar conclusiones a veces diferentes a las de horas anteriores, quizás por razonamiento o por experiencia. Llegas a la perrera y los dejas descansar.
Finaliza un día desestresante, relajante y emocional. Ha ido bien.
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